miércoles, 26 de mayo de 2010

Impacto en cultura


by Eduardo Duarte Yañez


Bajo el título “Un liberal en la cultura” la revista Paula acaba de publicar una entrevista al nuevo Ministro de Cultura, el actor y Magister en Comunicación Política Luciano Cruz-Coke. De todos los temas abordados, hay dos que me parecen particularmente interesantes y a la vez tremendamente problemáticos: el énfasis que el nuevo ministro pretende darle a “medir el impacto” de una obra artística y, por otra parte, la condenación que plantea a que los gestores culturales ganen unos pesos (lucren, si se quiere) con su saber-hacer.


Según el Ministro, su “enfoque ahora está en medir qué impacto tiene un producto cultural que financiamos” (con los fondos concursables de cultura). Independientemente que a una obra de arte le corresponda o no la noción de “producto” (cuestión que no es para nada evidente), la pregunta por el “impacto” del arte y de la creación cultural en general es relevante para todos quienes aplaudimos la puesta en marcha de una política e institucionalidad cultural en los primeros gobiernos democráticos post-transición. Y sobre todo porque Luciano Cruz-Coke no avanza ningún concepto o criterio para entender lo que llama “impacto”. ¿Cuál es el impacto de un poema o de una composición musical? ¿El número de personas que lo leen o la escuchan? ¿La calidad de la lectura o de la audición? ¿Y en qué plazo se mide eso? ¿Cuántas décadas han pasado para que la obra de Gabriela Mistral comience a “impactar” en la cultura nacional, para el caso de que efectivamente esté “impactando”....? ¿O cómo cuantificar “el impacto” de una obra pictórica”? ¿Por el número de ojos que la han visto en determinado período de tiempo (¿meses?, ¿años?) o por su valor en el mercado del arte? Me temo que la preocupación legítima por los resultados de una cierta política pública (en este caso, cultural), bajo la obsesión por el “impacto”, si no se tiene cautela y dos dedos de frente, puede terminar en un callejón sin salida no sólo para el nuevo Ministro.


Por otra parte, Luciano Cruz-Coke, que revista Paula califica de “liberal”, parece contradecir este calificativo al condenar, y además con escándolo de índole ética, a los gestores culturales que cobran por su quehacer. Los actores pueden cobrar por actuar en teleseries. Los cantantes pueden cobrar por una presentación. Pero los gestores culturales, a los cuales acuden jóvenes creadores en busca de apoyo a la formulación y gestión de sus proyectos culturales, cometen una falta grave si cobran por su trabajo profesional. Incluso, y precisamente, si el gestor cultural los ayuda a sortear lo que el mismo Ministro Cruz-Coke califica como “procedimientos jurídicos tremendamente engorrosos y difíciles” a la hora de postular a fondos públicos concursables. Con todo respeto: el planteamiento del Ministro de Cultura es la antítesis de una postura liberal. El liberal genuino afirma la libertad por sobre las normas y los deberes-seres, y afirma la responsabilidad para responder a los llamados y requerimientos de otros. Por lo demás, mientras sigan habiendo “procedimientos jurídicos tremendamente engorrosos y difíciles” en las convocatorias públicas, el apoyo de los gestores culturales — ad honorem o no, poco importa — para muchos jóvenes y no tan jóvenes que se inician en el camino del arte seguirá siendo vital .

viernes, 14 de mayo de 2010

Ni leyes, ni justicia (El Cuarderno de Saramago)


Por José Saramago

En Portugal, en la aldea medieval de Monsaraz, hay un fresco alegórico de finales del siglo XV que representa al Buen Juez y al Mal Juez, el primero con una expresión grave y digna en el rostro y sosteniendo en la mano la recta vara de la justicia, el segundo con dos caras y la vara de la justicia quebrada. Por no se sabe qué razones, estas pinturas estuvieron escondidas tras un tabique de ladrillos durante siglos y solo en 1958 pudieron ver la luz del día y ser apreciadas por los amantes del arte y de la justicia. De la justicia, digo bien, porque la lección cívica que esas antiguas figuras nos transmiten es clara e ilustrativa. Hay jueces buenos y justos a quienes se agradece que existan, hay otros que, proclamándose a sí mismos justos, de buenos tienen poco, y, finalmente, además de injustos, no son, dicho con otras palabras, a la luz de los más simples criterios éticos, buena gente. Nunca hubo una edad de oro para la justicia.

Hoy, ni oro, ni plata, vivemos en tiempos de plomo. Que lo diga el juez Baltasar Garzón que, víctima del despecho de algunos de sus pares demasiado complacientes con el fascismo que perdura tras el nombre de la Falange Española y de sus acólitos, vive bajo la amenaza de una inhabilitación de entre doce y dieciséis años que liquidaría definitivamente su carrera de magistrado. El mismo Baltasar Garzón que, no siendo deportista de elite, no siendo ciclista ni jugador de fútbol o tenista, hizo universalmente conocido y respetado el nombre de España. El mismo Baltasar Garzón que hizo nacer en la conciencia de los españoles la necesidad de una Ley de la Memoria Histórica y que, a su abrigo, pretendió investigar no sólo los crímenes del franquismo sino los de las otras partes del conflicto. El mismo corajoso y honesto Baltasar Garzón que se atrevió a procesar a Augusto Pinochet, dándole a la justicia de países como Argentina y Chile un ejemplo de dignidad que luego sería continuado. Se invoca en España la Ley de Amnistía para justificar la persecución a Baltasar Garzón, pero, según mi opinión de ciudadano común, la Ley de Amnistía fue una manera hipócrita de intentar pasar página, equiparando a las víctimas con sus verdugos, en nombre de un igualmente hipócrita perdón general. Pero la página, al contrario de lo que piensan los enemigos de Baltasar Garzón, no se dejará pasar. Faltando Baltasar Garzón, suponiendo que se llegue a ese punto, será la conciencia de la parte más sana de la sociedad española la que exigirá la revocación de la Ley de Amnistía y que prosigan las investigaciones que permitirán poner la verdad en el lugar donde estaba faltando. No con leyes que son viciosamente despreciadas y mal interpretadas, no con una justicia que es ofendida todos los días. El destino del juez Baltasar Garzón está en las manos del pueblo español, no de los malos jueces que un anónimo pintor portugués retrató en el siglo XV.

Esta entrada fue publicada el a las Febrero 13, 2010 y está archivada bajo las categorías El cuaderno de Saramago. Puedes seguir las respuestas de esta entrada a través de sindicación RSS 2.0. Tanto comentarios como pings de momento quedan cerrados.

jueves, 13 de mayo de 2010

El andariego de los gritos mudos


Ve levantando las pircas en l’avinguda Diagonal

arranca las tunas con pequeñas manos

mientras devoran a pedazos

las sonrisas fulminantes


andariego de los gritos enmudecidos

¿a quién?

¿a qué perteneces?,

si la niebla se encumbran por tu espalda


donde esta tu montaña/extraña

¿dónde?,

si te adentras en la mudez de los siglos

que valientes te nombran


calo tus pieles

represiones y aromas

puedo sentir la lucha inminente

el sin rendir de tu aliento


andariego de los gritos enmudecidos

¿a quién?

¿a qué perteneces?,

¿a ti mismo? ¿a otros?



©Eduardo Duarte Yañez

©Mutatis Mutandis 2010

Texto del nuevo poemario “Mutatis Mutandis” Andacollo 2010

ágora de sangres

ágora de sangres
Poemario de Eduardo Duarte. Editorial Manofalsa no revista (andacollo/el callao): http://www.manofalsa.com